Ha sido mi segunda visita por Andalucía, pero aún no me había dejado caer por la ciudad. Tampoco tenía expectativa alguna creada acerca de la misma. Simplemente me dejé llevar. Y así marché de allí, enamorado de ti, Granada.
Creo que ha sido su olor. Granada tiene un perfume glorioso. Gotas de historia, arte y pasado despiertan los sentidos haciendo las veces de amante seductor. Sus barrios, sus callejuelas y paseos o el empedrado que cubre casi toda la ciudad. Suelos conquistados por musulmanes, un más antiguo imperio romano, y un presente misceláneo que construyen sin querer una torre de Babel.
Un lenguaje con acento, con ganas, con mucho arte y raza diría yo. Una arquitectura de siglos, intocable e intachable, retrato imborrable de una historia que los define, que nos define. Conquistas, luchas y muescas que permanecen no sólo en fachadas, sino en el carácter y el corazón de los que allí habitan. Orgullo de familias, herencias que se defienden a capa y espada, armas que de forma menos abstracta siglos ha defendieron la ciudad. Memorias presentes a pesar de la lluvia y escurridizos pasillos que parecen querer narrar una historia todavía viva. Aroma a té moruno, a incienso y a tapas. La noche no logra cubrir el brillo de la ciudad, que sigue rutilante a través de lámparas marroquíes, cofres y espejos. Las babuchas se agolpan en el barrio del Albaicín, junto con tapices y cachimbas. Mercaderes que parecen venidos del propio reino Alauí y una constante sensación de viaje en el tiempo.
Considero que me quedan muchísimos detalles por contar, pero siento que Granada es como un libro que hay que leer, una historia que hay que comprender y un final que por supuesto, no se debe desvelar. Aquí dejo pues, mi pequeño prólogo si me permitís nombrarlo así, de mis días por este maravilloso lugar.
Que tengáis un bonito día.
Besos como quesos!!
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